Testimonio de una madre
Han pasado ya 1 año, 5 meses y 20 días desde que puse el culo en la silla de mi primera sesión de terapia de grupo en la Fundación Hay Salida. Estaba asustada. Quería levantarme y salir corriendo de ahí. Pero también estaba desesperada. Por más que lo intentaba, no podía dejar de beber. Casi no era capaz ni de cuidar a mi bebé de ocho meses. No entendía lo que me estaba pasando. La idea de que mi hija y mi pareja estarían mejor sin mí llevaba ya un tiempo rondándome la cabeza. Tenía la sensación de que el mundo giraba demasiado rápido, de que perdía el control, de que estaba a punto de caer en la oscuridad.
Así que no corrí; me agarré a las patas de la silla y luché con todas las células de mi cuerpo para quedarme ahí sentada. Empecé a respirar. Cuando noté que no necesitaba seguir agarrándome a la silla, levanté la vista. Y por primera vez en mi vida vi ojos que no juzgaban y escuché voces como las mías. Y también sentí algo. Debajo de la corriente de palabras que nos decíamos, había una marea más profunda. En ese momento no supe identificar qué era exactamente. Pero ahora creo que era amor.
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Llevaba unos meses en tratamiento, estaba sobria y me sentía increíblemente agradecida por el mero hecho de ser capaz de acostar a mi hija por la noche y de recordar cómo sonreía entre sueños cuando me despertaba a la mañana siguiente. Teniendo en cuenta la profunda situación de angustia en la que me encontraba antes de empezar con el tratamiento, era todo un logro para mí. Pero, a medida que avanzaban las terapias y empezaba a hablar de cómo me sentía y de todo por lo que había pasado, cada vez tenía más claro que aún tenía mucho trabajo por delante.
Una de las muchas cosas sobre mí misma a las que me he tenido que enfrentar en la terapia es que soy, y siempre he sido, una persona muy insegura. En lo más profundo de mi ser, nunca he creído que mereciera ser amada. No era consciente de esto antes de comenzar el tratamiento, en absoluto. Pensaba que era normal imaginar que mi pareja me quería dejar solo porque él tardaba más de la cuenta en llegar a casa después de jugar al fútbol. Pensaba que todas las mujeres se decían cosas horribles a sí mismas cuando se veían reflejadas en un escaparate. Estaba convencida de que mi parte maternal estaba rota, y que iba a destruir la vida de mi hija. Al abrirme sobre estas cosas, mis psicólogos y el grupo me ayudaron a ver que sí, que había dejado de beber, pero que si quería aprender a vivir bien el resto de mi vida, tenía que lidiar con mis inseguridades, y con todos los demás problemas que estoy descubriendo dentro de mí en este camino.
Sea el alcohol, las drogas, los videojuegos, las compras o el juego, dejarlo es solo el primer paso. Es un paso esencial y es difícil, pero es solo el comienzo del trabajo que de verdad se hace en el tratamiento de adicciones en la Fundación Hay Salida: «aprender» a sentirse bien.
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Me asombra poder decir que el tratamiento está funcionando; me estoy convirtiendo en una persona más segura y estoy empezando a vivir bien. Siento que la relación con mi pareja y con mi hija es más firme y, lo que es más importante, siento que mi relación conmigo misma ha mejorado. Me doy cuenta de que soy una buena persona, que soy valiente, y que siempre lo he sido. Incluso cuando estaba en mi peor momento, lo bueno estaba ahí, debajo. Tengo unos valores sólidos y quiero vivir una buena vida. Además de toda la terapia, los pacientes de la Fundación seguimos una rutina diaria estricta; esto me ha enseñado a comer bien, a practicar mindfulness, a hacer ejercicio de manera regular, a a cumplir mis compromisos, a conectar con los demás y a desconectar del móvil.
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Mis psicólogos me dicen que lo estoy haciendo bien. Otros pacientes me dicen que tengo una habilidad natural para expresarme y conectar con lo que siento. No lo sé. Desde luego esto no se me da «mejor» que a nadie. Lo que sí creo es que este tratamiento me hacía más falta que la comida o el oxígeno. Que he vivido toda mi vida, hasta el día que entré en la Fundación Hay Salida, sin conectar de verdad con otro ser humano. Que mi alma estaba tan hambrienta por conectar de verdad con otras personas que, cuando a mis 38 años encontré un lugar para hablar, llorar y reír, me metí de lleno en el proceso y me agarré a él con todas mis fuerzas.
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Me encantó que me pidieran escribir este artículo para el blog. Pero ha sido el texto más difícil al que me he enfrentado nunca. No sé si he conseguido transmitir lo profundamente significativo y transformador ha sido para mí convertirme en una paciente de la Fundación Hay Salida. Las palabras se me quedan cortas para expresarlo. Voy a pasar el resto de mi vida sintiéndome increíblemente agradecida por esta organización maravillosa y por las personas que la integran.
Ahora mi culo se sienta cómodamente en la silla de la terapia de grupo. Ya no me tengo que agarrar a ella. No prefiero estar en ningún otro lugar. Salgo de cada sesión de terapia con más impulso para seguir curándome, y con más fe en la humanidad. Y vuelvo a casa para cantarle a mi hija mientras la acuesto.
Siobhán
La Fundación Hay Salida ofrece un tratamiento profesional de calidad para todas aquellas personas que carecen de los necesarios recursos económicos. También disponemos de un recurso residencial para mujeres con adicciones en situación de vulnerabilidad.